viernes, 6 de julio de 2012

Chonita

Esta semana, mi abuela materna murió. Tengo pocos recuerdos de ella, pero ni uno solo es un recuerdo negativo o triste. La recuerdo como una persona alegre, comedida, siempre atenta a ofrecernos algo de comer. También recuerdo el té de ruda que preparaba, así como el champurrado, sus frijoles y, sobre todo, su salsa de chile morita. Nunca quiso aprender a leer y escribir, pero no creo que le haya sido muy necesario; sabía sumar y restar y era muy ducha con el dinero. ¿Para qué necesitaba más? Al final de su vida, estuvimos más separados que antes; no la veía desde hace muchos años, pero siempre, siempre le tuve mucho cariño. Recuerdo que, de niño, íbamos a visitarla y me maravillaba la cantidad de jarros de todos tamaños que cubrían toda una pared de su cocina. También me atraía su colección de canicas, que guardaba en un frasco enorme dentro de su ropero y de las cuales siempre conseguía que me regalara algunas. No sé si tenía preferencia por alguno de sus muchos nietos, pero yo siempre me sentí a gusto en su compañía y espero que, esté donde esté, sepa que la distancia física no hizo que disminuyera el amor que le tuve y que siempre la voy a recordar con nostalgia y con la alegría de saber que ahora, en el plano en que esté, ya no existe el dolor. Asunción se llamaba, pero para la familia siempre fue Chonita. Adiós, abue, y gracias por todo. Te amo.

jueves, 2 de febrero de 2012

Twit que no pudo ser twit

El árbol, como la vida, crea a sus retoños, las hojas, para después soltarlas y éstas, en un camino errático, la contemplan fugazmente en su vuelo libre, feliz. El golpe no los mata pero comienzan a secarse y, en montón, a descomponerse para alimentar de nuevo al ser que les dio su efímera vida y ahora los devora