Aunque yo sabía que iba a ser inútil, comencé mi búsqueda.
Aun antes de empezarla, ya sospechaba cuál iba a ser el resultado.
Aun así, decidí emprender una búsqueda tan estéril como innecesaria.
Empecé por tu cabello: uno a uno fui examinándolos haciéndolos pasar entre mis dedos.
Después exploré tu cabeza: con la mirada fui recorriendo cada centímetro de ella, desde el cuero cabelludo hasta el cuello, pasando por tu bello rostro.
Descendí por tus hombros y a lo largo de tus brazos.
Recorrí tus manos, tus dedos, tus uñas.
Contemplé tu figura y en las noches mi pensamiento invadió la intimidad de tu habitación para poder hacer un examen minucioso de todas aquellas partes de tu cuerpo que quedan ocultas de cualquier mirada indiscreta.
Así, cada palmo de tu piel fue escrutado a conciencia por mí, sólo para obtener el resultado que ya sospechaba:
No existe en tu ser un solo defecto.
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