viernes, 14 de enero de 2011
Para Diana, la señorita más hermosa del mundo
Amada hija: he de confesarte que no supe cómo reaccionar ante la noticia que acabas de darme. Me embargaron muchas emociones repentinas, unas más intensas que otras, pero la que me dominó fue la alegría, porque como te dije, me da gusto saber que vas creciendo y desarrollándote de manera normal, pero también sentí una especie de nostalgia, porque sé que a partir de este momento voy desprendiéndome poco a poco de ti... es como si en cada gota de ese líquido vital se escurriera una parte de tu inocencia y te fueras convirtiendo, también poco a poco, en otra persona; lo cual no es malo, al contrario, pero te confieso que también siento un poco de miedo de no poder estar a la altura de esa persona en la que estás convirtiéndote. Lo que sí quiero que sepas es que siempre, siempre, te amaré tal como lo he hecho desde el mismo momento en que te vi nacer, lo cual es una de las mayores alegrías de mi vida. Te amo, hija, y te agradezco la confianza que me tienes.
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